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Diarios de un viajero seriamente viajado
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Capítulo 4

Capítulo 4 245nd

5/6/2025 · 51:18
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Diarios de un viajero seriamente viajado

Descripción de Capítulo 4 72b4o

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La concentración de energía positiva, la pureza del silencio, la milagrosa majestad que irradian las capillas, el ápside, la luz que juega con los crucifijos hace que nos sintamos como atrapados en una cápsula del tiempo, ingrávidos, absortos, callados, como espíritus alanceados por las revelaciones de otros espíritus anteriores que respiraron esta misma zozobra que nos hiere para sanarnos, para hacernos más fuertes en el oasis de horrores en que se está convirtiendo el planeta, y que nos aguarda con su azufre cuando salgamos.

Aten a la música, cuius animam gementem con tristatamet dolentem per transibit gladius.

Pasa per golesi por nuestro lado, serio y pensativo, le pregunta a Alfonso por su colega Monteverdi, sin acordarse de que está enterrado en Venecia.

Ah, come bella la vergine che ha dipinto il guirlandaio.

Mi amigo le da la razón, olvidamos plagas y guerras y seguimos la travesía de este inmenso canto de belleza y de poesía.

Entramos y salimos, subimos y bajamos por este tobogán de emoción y maravilla, capilla Tornabuoni, capilla Gondi, capilla Mayor, el ábside con la resplandeciente vidriera de la coronación de la Virgen, claustro grande, claustro verde, frescos, tablas, esculturas, crucifijos, Doménico Guirlandaio, Filippo Brunelleschi, Duccio, Giotto, Bernardo Daddi, Andrea Orcagna, Andrea Bonainti, Paolo Uccello, Filippino Lippi, Pontormo, Vasari, Bronzino, Giambologna.

Si Stendhal, que salió vivo y tocado de la Santa Croce, hubiera entrado en Santa María Nubella no habría sobrevivido, a tenor de sus achaques estéticos.

Ante este grandioso cartel de excelencia, tres obras, sin embargo, se pueden destacar.

Los frescos de Paolo Uccello en los muros del claustro verde, donde desarrolla una serie de historias del Génesis, la creación de los animales, que me transportó durante unos instantes al monasterio de Agios Nicólaos, en Castraqui, y a los frescos portentosos de Teofanis, la creación de Eva, la de Adán, el diluvio universal.

Los frescos de Andrea Bonainti en el Capellone dell'Ispagnoli, capilla de los españoles, al servicio de los españoles del séquito de Leonor de Toledo que le acompañó en su boda con Cosme y, un complejo ciclo de pinturas que cubre las paredes, y las cuatro partes de la bóveda y desarrolla varios temas, alegoría de la Iglesia militante y triunfante y la Orden Dominica, escenas de la vida de Cristo y de San Pedro, el triunfo de santo Tomás de Aquino, una impresionante crucifixión, camino al Calvario, descenso al Limbo, en uno de los frescos sobre Santo Domingo pueden verse, incluso, los retratos de Arnolfo di Cambio, Zimabue, Giotto, Boccaccio y Petrarca, en este imponente universo narrativo de desatada expresividad y fuerza envolvente, aunque sin el genio de los grandes pintores florentinos ni el talento de sus maestros, sin alardes de gran creación ni presentar adelantos o actores, las pinturas de Bonainti te conmueven por su ingenuidad, su viveza, su animada composición, su colorido gustoso y su sencillo libismo.

Y la tercera. Si al acceder a la Iglesia la primera visión es la del Crucifijo de Giotto flotando en el aire de la nave central acogiéndote entre sus brazos extendidos, si sentimos la piadosa congoja que el Crucifijo de Brunelleschi nos despierta ante el hombre herido o el Dios humanizado en el dolor, si escaneamos en nuestra alma todo el torrente de genio y belleza que Santa María Nubella nos depara para que se inscriba en nuestro ADN, si queremos seguir siendo rústicos felices en el paraíso de la poesía, tras el verso perfecto que queremos ser.

Ha llegado el momento. Estamos ya en la cumbre absoluta, la maravillosa Trinidad de Masaccio.

Una de las obras más asombrosas de la pintura. Pintada al fresco en una pared lateral de la basílica, reclama todos tus sentidos cuando la miras y te acercas, despacio, reconcentrado en el silencio y los ojos abiertos desmesuradamente, como te aproximas al misterio, al gozo, a la revelación. Primero adviertes el vano abierto en el muro por el arco triunfal que enmarca la escena principal de la obra, después descubres el cuadro que están mirando los donantes, finalmente, te sitúas a la altura del altar sobre el que yace un esqueleto, que nos recuerda quiénes somos y dónde estamos y, si no te has dado cuenta, te lo recuerda una severa advertencia sobre la inerteosa menta, «Fui lo que tú eres y lo que yo soy tú serás».

Alfonso, la verdad, está un poco alterado, pues no solo es mi Virgilio guiándome por los círculos de Florencia, sino un amigo que sabe de dónde viene, pero se pone a hablar de pintura con todo su amor y se olvida de comedias, misticismos y mensajes filosóficos o espirituales. Y nos centramos en la gloriosa creación de Masaccio, en su revolucionario concepto de la pintura, en su atrevida y compleja composición, basada en la superposición de dos triángulos, uno, interior, que acoge las figuras centrales de Dios sosteniendo a su Hijo crucificado con la Virgen y San Juan a sus lados, y otro, exterior, que incluye a los donantes, en los tres planos de pintura que se superponen magistralmente, el primero, el de los donantes arrodillados ante un cuadro con dos pilastras, y dos columnas jónicas a modo de bastidor, el segundo, la representación del dogma de la Trinidad y el tercero, la profundidad de la bóveda de Caserola.

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