El Lute Temp 1 Ep 6 624m2x

Bienvenidos a Misterios del Lobo y la Luna, el podcast donde desvelamos las
sombras que se ocultan tras las leyendas más enigmáticas.
En el episodio de hoy nos adentraremos en la enigmática figura de Leuterio Sánchez,
más conocido como el Lute. El Lute emergió de la pobreza extrema
para convertirse en una figura que desafió al régimen franquista. Sus
avances fugas de prisión y su lucha por la libertad lo convirtieron en un símbolo
de resistencia. Me he tomado la libertad de escribir en
este nuevo episodio en primera persona, de manera que sea el propio Leuterio el
que os cuente su historia. Pero aún he decidido darle una vuelta más de tuerca.
¿Os imagináis a un guardia civil explicando esta misma historia desde su
punto de vista? Pues venga, acompañe y vamos a
disfrutar de estas dos caras de una misma moneda.
Bienvenidos a Misterios del Lobo y la Luna.
Soy Leuterio Sánchez, pero en España y más allá me llaman el Lute.
Para algunos soy un bandolero de los tiempos modernos, para otros un simple
ladrón. Y para la justicia...
para la justicia siempre un criminal. Pero ya os lo digo yo, nunca fui nada más
que un hombre que luchó por sobrevivir en este mundo que sólo tenía un destino
para mí, la miseria o la cárcel. Mi vida no comenzó en una celda, sino
que comenzó en el polvo de los caminos, en la pobreza extrema, en el desprecio de
aquellos que nos veían como simples animales.
Yo no pedí ser lo que fui, fue la vida la que me empujó. Y cuando la vida te empuja
al borde del abismo, sólo te quedan dos opciones, caer o correr. Y yo elegí correr.
Pero incluso el mejor fugitivo sabe que tarde o temprano te van a atrapar.
Nací en Salamanca, en una chabola de cartón y chapa, un 15 de abril de 1942, sí, en una
chabola del barrio salmantino de Los Pizarrales.
Mi padre estaba preso por un robo en el momento de mi nacimiento, y mi madre, mi pobre madre
serafina, era sordo muda. Yo fui el segundo de seis hijos de una familia
merchera. Nos dedicábamos a la venta de quincaya. Durante mi infancia vivimos en condiciones
de extrema pobreza, lo que llevó a mi familia a llevar una vida nómada.
Nos movíamos de pueblo en pueblo en un carmato y siempre bajo las sospechas de los guardias.
No, no había casa de piedra ninguna, sólo tierra y hambre. Mi madre me tuvo entre el
polvo de un campamento de jornaleros. Y mi padre, mi padre era un hombre duro y sin educación,
sin más futuro que el sol abrasado sobre su cabeza. El pobre mío trabajaba en lo que
podía y crecimos en la miseria. Cuando otros niños aprendían a leer, yo aprendía
a buscar comida entre la basura. Cuando otros niños soñaban con ser médicos o abogados,
yo soñaba con un día en el que no me tuviese que ir a dormir con el estómago vacío.
La pobreza no es sólo hambre, es frío en invierno, calor de muerte en verano, es el
desprecio de los demás, la mirada de asco de quienes tienen un techo seguro. Es saber
que para la sociedad eres invisible. Mis primeros años transcurrieron entre caminos
polvorientos, detrás de una carreta, recogiendo chatarra. Pronto entendí la dura verdad.
En España los pobres no tienen derecho a nada. Uno no se hace delincuente por gusto,
eso no se elige. El hambre te empuja, la desesperación te empuja. Yo a los catorce años ya había
aprendido a engañar a los guardias del mercado para robar un vendrugo de pan. A los dieciséis
me colaba en casas abandonadas en busca de algo que vender. Yo no robaba por codicia,
robaba para comer, para ayudar a los míos.