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El Narrador de Historias
La Tisigua - Mujer de Fuego de Chiapas

La Tisigua - Mujer de Fuego de Chiapas 3f1n2h

2/6/2025 · 08:20
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El Narrador de Historias

Descripción de La Tisigua - Mujer de Fuego de Chiapas 2s3b1j

Entre las raíces antiguas del río Sabinal, en Chiapas, aún se escucha el eco de una risa femenina que hiela la sangre. Esta es la historia de La Tisigua, la mujer de fuego, un ser que castiga a los hombres que se dejan llevar por el deseo. En este episodio de El Narrador de Historias, conocerás el caso de Leonel, un joven zoque que jamás volvió a ser el mismo después de verla. 🎙️ Relatos oscuros, leyendas reales y testimonios enviados por los oyentes. 🕘 Nuevo episodio cada semana. 📧 Manda tu historia a: [email protected] o [email protected] 📲 Escúchanos en: Spotify, Amazon Music, Apple Podcast, iVoox, CastBox, iHeart Radio y YouTube Podcast. 🕯️ El miedo vive en cada historia… Yo soy El Narrador de Historias… buenas noches. 2z1m37

Lee el podcast de La Tisigua - Mujer de Fuego de Chiapas

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Dicen que entre los susurros del viento y las aguas antiguas del río Sabinal, se esconde una advertencia que ha cruzado generaciones. Una advertencia disfrazada de belleza, perfumada con deseo, vestida con fuego. Esta es una leyenda que arde en la memoria de Chiapas. Una historia nacida del temor, del castigo y del deseo no contenido.

En lengua náhuatl, pipil, su nombre significa mujer de fuego. Tisiwa. No fuego literal, no llamas que devoran la carne, sino el fuego más antiguo y peligroso. El fuego del deseo, el arrebato de la locura. Para los pueblos zoques, ella no es de aquí, no es humana. La llaman la yoki, la mujer ajena, la mala mujer. Muchos la han conocido y ninguno ha regresado a acuerdo. Esta noche les contaré su historia, pero cuidado. Una vez que la escuchas, ella podría encontrarte.

Fue en el año de 1953, cuando el río Sabinal aún no era el canal de aguas oscuras y malolientes que atraviesa hoy el corazón de Tuxtla Gutiérrez. En aquel entonces era un paraíso líquido, un cuerpo cristalino que serpenteaba entre los agüehuetes custodiado por raíces gruesas y cantos de aves. Y fue ahí, junto a la poza escondida donde comenzó la desgracia de Leonel, un hombre joven, zoque de 19 años. Trabajaba en una molienda de caña y esa tarde de abril se alejó de su cuadrilla para refrescarse en las aguas frías del río.

Entró al agua sin pensarlo, dejando su sombrero y su machete bajo la sombra de un viejo sabino.

El calor lo abrazaba como un sudario y el agua le devolvía el alma. Pero justo cuando cerró los ojos escuchó algo, una palmada. Volteó de inmediato, nada, solo hierba agitada, como si alguien acabara de hundirse. Volvió a nadar, pero entonces escuchó otro sonido, un silbido, suave, tentador. Y frente a él emergió de la nada una mujer, cabello rubio, flotando como en cámara lenta bajo el agua. Una túnica de gaza blanca apenas ocultaba su piel terza y su rostro. Dios mío, su rostro era perfecto. Ojos azules, nariz perfilada, labios carnosos. Una aparición imposible en esas tierras. Una aparición que no debería existir.

Leonel sintió el cuerpo arder, era deseo, pero también algo más. Algo que lo hacía sentir liviano y débil a la vez, como si su voluntad se disolviera con cada mirada de ella.

Nadó hacia ella con fuerza, pero la mujer se desvaneció en el agua y apareció afuera, al pie del árbol. Corrió tras ella sin pensar, se enredó en espinas, se lastimó con garfios secos, pero no sentía dolor, solo veía como ella avanzaba sin dejar huella, deslizándose como una serpiente blanca entre la maleza. Finalmente la alcanzó, la abrazó y la besó. No hubo palabras, solo la urgencia.

Después de un momento ella volvió al agua riendo entre dientes. Tomó el sombrero de Leonel, lo llenó de agua y se lo colocó en la cabeza. Y entonces el hechizo se rompió. El agua ya no era cristalina, era lodosa, olor a azufre y ella, ella comenzó a reírse. Daba vueltas, palmeaba sus muslos celebrando su victoria. Leonel trató de gritar, de pedir explicaciones, pero no podía hablar. Sus palabras eran solo balbuceos insensatos.

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