LA TROMPA DE EUSTAQUIO 6hk1t

Esta semana seguimos con el periplo de los elementos, antepenúltima escala antes del parón de verano. Entre bloques prefabricados, un vecino ha sembrado un huertecito. Lo ha ido arreglando y los vecinos lo han respetado. Varios se han sumado a la iniciativa y han limpiado las malas hierbas. El ayuntamiento, celoso de lo que no es suyo, se ha apresurado a poner un cartel notificando que cede el terreno para huertos urbanos. Un trozo de tierra que no sirve ni para especular hace que llegue a una simple y absurda pregunta, absurda –reitero– porque más de uno se la ha formulado y no concibe la existencia sin poder ni jerarquía: ¿De qué sirve un ayuntamiento? La tierra puede que pase inadvertida, pues está ahí siempre, es la superficie en la que habitamos, el lugar donde sacamos los frutos que nos alimentan y que a su vez alimentan a otros seres vivos, el colchón de tus raíces. Es como una cadena en continuo equilibrio, la tierra, la razón por la que existimos, fundamental dentro de los elementos. Sólo el hombre tiene la facultad de respetarla o de perecer en el intento de domesticarla o maltratarla. La Pachamama es la energía, la razón telúrica de nuestra existencia. Más nos vale respetarla, nos va la vida en ello.

Queridos trompistas, quedan cuatro programas por delante antes del parón de verano y quiero obsequiaros con una serie dedicada a los elementos, ya sabéis, agua, tierra, fuego y aire. Aunque existe otro llamado alma del que aquí en Occidente no habla nadie, quizás porque nadie lo ha visto. De eso los induistas saben algo. El problema es que lo que no es físico parece un estorbo, si no se ve, si no se palpa, si no se huele, no existe. Os prometo, pues, un programa dedicado al alma a partir de septiembre y cerrar así esta serie de la mejor forma. Pues bien, esta semana voy a hablar, a mi manera claro está, del líquido elemento, del río, de la fuente, del manantial, del mar, de la bahía, del golfo, del lago, de la laguna, del pozo, de la acequia, de la piscina, de la lluvia y del torrente…

Hoy por hoy, jamás ha estado al alcance de tanta gente el derecho a expresarse libremente. Los nuevos canales de comunicación, redes sociales y demás, han democratizado la información e incluso la opinión. Si bien dije en aquella entrega dedicada a los imbéciles que hay muchos imbéciles que votan, también hay cientos de miles que opinan. Sin embargo, nunca hasta nuestros días se había opinado tanto y dichas opiniones se agitan en una satánica coctelera donde, a priori, no existen consecuencias para el opinador u opinante. No obstante, nunca hablar o escribir o pintar o filmar o pensar (ni siquiera pensar), fue gratis. ¿Qué es la libertad si no el margen que te dejan los demás para tomar decisiones? ¿Qué haces con ese margen que el poder o el ansia de poder del otro te ha otorgado?

Yo no pienso. Pensar no. Yo trabajo. Soy una ameba. No tengo criterio. Soy un protozoo. No, una esponja, una cochina esponja en el fondo del mar. Yo no opino. No rijo. Todo me parece bien. Yo trabajo. Yo me río cuando pongo el televisor. Yo abro la nevera. Yo como. Yo no pienso. Yo trabajo... ¡Los cojones! A continuación, textos de Bulgákov, Juan Ramón Jiménez, Enzensberger, Jean Ferrat y Kropotkin además de mis habituales tribulaciones y narraciones. Todo ello mezclado con músicas de lo más heterodoxas. Imagen: fotograma del film La Salamandra, dirigida por Alain Tanner.

Chiquillo, donde vas con esos churretes, péinate anda. Vaya facha, la camisa va por dentro... Ay! Las zapatillas... pero ¿de dónde sales? Quítatelas, así no entras en casa, sacúdete el barro ahora mismo... ¿Y esa mancha? ¿Qué has comido? Todo el día poniendo lavadoras, todo el santo día... ¡Dios mío, qué cruz, qué cruz! ¿Y esa sangre? Te has peleado, no me digas que te has peleado. Pero bueno, siempre te lo digo, tengo la boca seca de decírtelo, hijo, dos no se pelean si uno no quiere, ¿no? Ah, que te has caído. Eso te pasa por andar por ahí haciendo el loco, si es que no estás en lo que estás. Seguro que has estado con ese. Sí, sí, ese mismo. No me gusta que vayas con ese. Pero ¿cómo te lo tengo que decir? ¿Tú escuchas cuando te hablo? Supongo que ya habréis adivinado el tema de esta entrega, ¿no? Ahora, de mamá. Imagen: Fotograma del film Vida, de Atavazd Peleshyán.

Se viene un nuevo día del trabajador, otro 1 de mayo. Puede que esta Trompa se emita después, o puede que antes. No obstante, el orden de los días no altera la intención. Los tiempos han cambiado, Marx se ha convertido en un meme estampado en una camiseta, con gafas de sol y purito en la boca, el estado en la empresa recaudadora más terrible, el comunismo en los cuarenta ladrones sin Ali-Babá, Bakunin en el adalid del terrorismo y la anarquía en esa palabra innombrable y mil veces prostituida que suena a caos y destrucción. A continuación, podréis escuchar algunos relatos del Trompista relacionados directamente con el mundo laboral así como fragmentos de Lafargue, David Graeber, Faulkner y alguna que otra píldora cinematográfica. Todo ello, como siempre, aderezado con música de lo más diverso.

Esta semana fue el Día Internacional del Niño. Ya sé que es fácil y oportunista aprovechar el momento para construir una nueva Trompa pero, aunque no sea un ferviente seguidor de los días internacionales de algo (lo que sea), lo cierto es que me van muy bien para elegir los temas. Puede que a muchos les incomode escuchar música a la que sus oídos no están acostumbrados. También oír fragmentos de ficción del trompista que por ser demasiado incómodos os generan urticaria. Todo eso mezclado con poemas y apuntes de otros escritores y ensayistas puede resultar un coctel bastante explosivo en estos tiempos de linealidad cultural (digo linealidad evocando a esa imagen del lineal de Fairys en un supermercado, suficientemente gráfica, ¿no?). Así que, si hay algún ser políticamente correcto al otro lado de las ondas herzianas, no cambie de dial hoy, por favor, cambie mejor la semana que viene, pues aquí el trompista es como la niña que sueña con la destrucción de su colegio. No obstante, el programa de hoy es suave (en serio) pues es para niños y niñas grandes y pequeños. A continuación, podréis escuchar algunos cuentos infantiles de mi bestiario Amor Animal, un libro todavía inédito y que espero llegue pronto a las librerías completando los tres anteriormente publicados por Ed. Libros Indie. Así pues, prepárense para este viaje a la infancia, a su verdad, a los recuerdos, al plano mental donde la imaginación es real y la realidad un obstáculo insalvable para materializar los sueños. En fin, lo que viene siendo la vida.

A las puertas de una nueva Semana Santa, el trompista se viste de sacro y con toques profanos quiere redimiros mediante esta entrega heterodoxa y llevaros por los caminos evangélicos, versículos universales de encuentro con Dios. Porque la palabra de Jesús es inmortal. También os encontraréis con revisiones de los mismos llenos de humor e ironía marca de la casa como no podía ser de otro modo. Imagen: La fábula. El Greco. (1580) ¿Estáis listos? Ahora, en La Trompa de Eustaquio, de lo divino, lo sagrado y lo profano. Pónganse cómodos. Comenzamos.

Se viene abril. Parece que las lluvias prometidas de este mes se anticiparon en marzo, un marzo trompista dedicado al fracaso, a la humanidad y con un especial del día del padre. No está mal. En esta noche de primavera temprana quiero que sueñes de verdad. No quiero que digas que lo estás persiguiendo. Quiero que bajes tu sueño al suelo. A muchos ya les va bien que el sentido de tu existencia siga siendo una utopía. No les des el gusto porque precisamente ellos no te llegan ni a la suela del zapato. No digas que persigues sueños, no. Los sueños son humo y los ineptos se lo fuman. No, no, no... No es un sueño. No trates de entender a los que entregaron su vida al conformismo. No pierdas el tiempo. Y no sueñes porque te harán despertar. Despiértalos a ellos, pues lo que eres, no es sueño. Es una realidad.

Esta semana continuamos el camino iniciado hace unos días y cerraremos el díptico dedicado al fracaso. Porque no hay éxito sin fracaso y, como decía aquella canción de Krahe, no todo va a ser follar. Pónganse cómodos, queridos trompistas. Comenzamos. Imagen: fragmento del cuadro titulado La Ruta del Fracaso, de José Ramón Díez Rebanal (óleo sobre lienzo).

Con esta entrega, la vigésimo novena, hago un alto en el camino dejando interrumpido el díptico sobre el fracaso que se abrió la semana pasada para hablar (es una cuestión obligada pues mañana es el día) de la figura paterna. En esta edición nos adentraremos en los papás a través de mis ficciones y de algún poema o fragmento de otros autores. No es mi intención hablar de lo paternal desde la visión simplista de los anuncios de El Corte Inglés, tampoco desde ese lugar común en el que los padres aparecen llenos de bondad y sacrificio por sus hijos. Para eso ya tenéis los culebrones de sobremesa y las comedias románticas de Netflix. Si me acompañáis, haremos un recorrido por la paternidad desde caminos muy diversos. Si la madre significa protección y ternura, el padre es el que presenta al niño en sociedad, la visión de todo lo que le rodea y, quizás, la primera manera de interpretar el mundo. Porque, en estos tiempos donde la uniformización del pensamiento impone su ley, existen muchos padres, tantos como estrellas en el cielo.

Si la semana pasada dábamos carpetazo al tema del humanismo con una última entrega centrada en el concepto de lo transhumano, esta no es menos interesante, queridos trompistas. En estos tiempos neoliberales, donde se exalta como nunca el concepto de la libertad individual y del autoperfeccionamiento como prestación de felicidad e integración al sistema, se nos obliga a estar siempre contentos, a mostrar públicamente éxitos prefabricados por nosotros mismos para conseguir algo así como la aceptación de los demás en una especie de espejo en el que nos vemos a nosotros mismos. Esa trampa de libertad no es más que un reflejo de lo que somos y así vamos tirando, excluyendo el fracaso y el pesimismo, obligándonos a un proceso más o menos rápido de optimización dentro del laberinto de espejos que nos hemos fabricado, una red de tela de araña en la que lo que verdaderamente importa no es tu esencia humana sino un conjunto de aptitudes sesgadas para demostrar al prójimo que tú eres un ser especial porque te has comido una paella en primera línea de mar y lo has compartido en Instagram. A eso se reduce tu libertad, la libertad soñada del sistema, a ese tú sí que vales y los demás no, a ese agravio comparativo constante, a esa lucha de autocensura y optimización infinita. Pero el optimismo no tendría sentido sin el pesimismo de vivir y el humor no tendría sentido si no existiera la infelicidad. Esa libertad que se proclama incesantemente no es más que una quimera para justificar la desigualdad, la competitividad y la autoexplotación. Puede que hoy, más que nunca, tengamos la certeza de que la humanidad ha fracasado. Ahora, en La Trompa de Eustaquio, del fracaso.

Continuamos esta semana el hilo de la anterior abordando un tema que bien podría dar para muchas más entregas. Lo cierto es que el humanismo, que ha llevado el peso del pensamiento universal (al menos en Occidente) durante cientos de años, carece ya de valor salvo para aquellos nostálgicos de la palabra escrita, una palabra cada vez más adulterada en lo que concierne a su significado, una palabra traicionada, me atrevería a decir, por el catecismo del progreso tecnológico, el desinfle de las ideologías del siglo pasado, la derrota del pensamiento frente a la satisfacción inmediata y la incapacidad del fenómeno religioso para paliar la angustia de existir. Se viene un nuevo humano, no sé si peor o mejor que el anterior, con nuevas reglas, nuevos objetivos. Ahora, en La Trompa de Eustaquio, la segunda parte de lo humano, la humanidad.

Si la semana pasada os llevé por el camino del morbo, aprovechando la llegada del Carnaval, esta vez navegaremos por las aguas turbulentas del humanismo, esa visión de la existencia en la que todos, o prácticamente todos, hemos navegado desde nuestra más tierna infancia y que ahora, en estos tiempos de tecnología y hedonismo, vemos expirar ante el concepto de lo transhumano que bajo el pretexto de la promesa de un nuevo hombre mejorado y optimizado, promete como gancho para creyentes y adolescentes la vida eterna, el hombre ciborg, sin errores, mejorado, el sueño húmedo de cualquier estado totalitario. Abordaremos, pues, este dilema en dos entregas a modo de díptico a través de textos de diferentes autores y, cómo no, de música sugerente que invita a la reflexión. Ahora, en La Trompa de Eustaquio, la primera parte de lo humano, la humanidad.

Si la semana pasada nos zambullíamos en el maravilloso concepto del amor, en esas cosas del corazón que tanta producción literaria y musical han dado al mundo, en esta daremos paso a lo ardiente, el morbo, lo erótico y lo pornográfico (por qué no) que existe en cada uno de nosotros aprovechando que estamos a las puertas de un nuevo Carnaval. Esta entrega estará compuesta, como viene siendo habitual, por una serie de canciones ilustrativas del tema en cuestión, pero con la salvedad de que todos los fragmentos literarios tendrán la continuidad de un mismo cuento. Dicho de otra forma, sólo escucharéis un cuento y no tendréis más remedio, queridos y queridas trompistas, que llegar hasta el final del programa para descubrir su resolución. Así que buscad un buen sitio, silenciad vuestras notificaciones de Whatsapp, de Facebook, de Instagram y todas esas cosas infames y disfrutad. AVISO: Este programa tiene un alto contenido sexual. Absténganse menores y gente de moral incorrupta. Ahora, en La Trompa de Eustaquio: de la carne.

Si la semana pasada hacíamos un recorrido por la estupidez occidental, en esta es inevitable hacer un recorrido por el mayor pilar del ser humano: hablo, sin duda, del amor. Sí, ya sé que puedo resultar oportunista y es cierto, lo soy. Ya está aquí San Valentín, esa festividad consumista anglosajona que ha calado hondo en nuestro imaginario, tal y como lo ha hecho Halloween y tal y como lo harán algunas festividades más, tales como el Día de Acción de Gracias o el día de la Marmota o la veneración de cualquier jugador de ese deporte absurdo llamado fútbol americano. Tiempo al tiempo. De todas formas, siempre es un buen momento para hablar del corazón.

Dejamos atrás enero, y con enero la Trilogía del Tiempo para adentrarnos de lleno en febrero recibiéndolo con una entrega dedicada a los tontos, los necios, los estúpidos, los idiotas y los imbéciles. Porque todos llevamos algo de ellos dentro y necesitan (o necesitamos, según se mire) un pequeño homenaje. Este capítulo no pretende sentar cátedra a través de fragmentos de la Teoría de la Estupidez de Bonhoeffer ni del Elogio de la Estupidez de Erasmo de Rotterdam, textos más que interesantes que podéis consultar en la nube de Internet, si no más bien, quiere ser un recorrido a través de fragmentos de ficción (tanto propia como ajena) en donde queda reflejada la quintaesencia de la estupidez occidental sin necesidad de acudir a textos demasiado sesudos. Bonhoeffer escribió sobre ella en un contexto alemán previo a la Segunda Guerra Mundial y Erasmo de Roterdam en unos tiempos de vicio y corruptelas en la sociedad de principios del siglo XVI. Este capítulo irá acompañado de algunos fragmentos de ensayos algo más actualizados en la materia, ahondando en la estupidez del entrenamiento de masas, algo así como aquello que dijo McLuhan de que el medio es el mensaje sin que supiera, ni sospechara, de que se iba a convertir en masaje. Porque la imbecilidad, la idiotez, no muere nunca, se transforma. Abro este capítulo con uno de mis epigramas favoritos: Cuando tomé la decisión de dejar de discutir con imbéciles, lo único que lamenté fue todo el tiempo que perdí discutiendo con imbéciles.

Si hace dos semanas ahondábamos en el concepto del porvenir y la semana pasada en el de la eternidad, en esta daremos un paseo por el instante, por el momento (sea presente o recordado) dando por finalizado este tríptico dedicado al tiempo. Enero agoniza, queridos y queridas trompistas, gocemos de su generosa luz de mediodía, disfrutemos el momento.

Si la semana pasada ahondábamos en el concepto del porvenir, en esta daremos un paseo por la eternidad, la última estación de dicho porvenir. Porque todo acaba, queridos y queridas trompistas y ese fin o es eterno o no consuela y no hay peor sentimiento que el desconsuelo. Ahora, en La Trompa de Eustaquio. De lo eterno.

Empieza un nuevo año, enero se ha instalado en nosotros casi sin darnos cuenta. Pesa la losa del porvenir, la incertidumbre de qué nos deparará la vida durante los próximos 365 días con sus soles y sus lunas correspondientes. Ahora, en La Trompa de Eustaquio. Del porvenir. Sofismas, epigramas y paradojas de mi autoría. Sofisma: Razón o argumento falso con apariencia de verdad. Epigrama: Frase breve e ingeniosa, frecuentemente satírica. Paradoja: Figura retórica en la que se enfrentan dos conceptos contradictorios.