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El Oro y la Ceniza: Segunda Parte - Capítulo 1 - Audiolibro en Español

El Oro y la Ceniza: Segunda Parte - Capítulo 1 - Audiolibro en Español 1b15w

4/3/2025 · 17:48
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En el capítulo 1 de la segunda parte de El Oro y la Ceniza, nos sumergimos aún más en las reflexiones sobre la dualidad entre lo eterno y lo efímero. 🌌 Esta obra invita a explorar temas de crecimiento personal, espiritualidad y el sentido profundo de nuestras acciones en la vida. Déjate llevar por este viaje lleno de simbolismo, filosofía y transformación. Dale play y acompáñanos en esta experiencia que cambiará tu perspectiva. ✨🌿 #ElOroYLaCeniza #CrecimientoPersonal #Espiritualidad #ReflexionesDeVida #Audiolibro #mityc #literatura #libros 4r22c

Lee el podcast de El Oro y la Ceniza: Segunda Parte - Capítulo 1 - Audiolibro en Español

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Elieta B. Cassis. El oro y la ceniza. Segunda parte.

Capítulo 1. Usted lo sabía, lo sabía todo. Como los profetas Amos, Oseas e Isaías, usted anuncia la catástrofe, la destrucción, sabía lo que íbamos a ser porque sabía lo que éramos.

Usted es la mirada absoluta, usted sondea las entrañas y los corazones, por su sabiduría tiene conocimiento de la vanidad del hombre que siempre quiere convertirse en Dios. Dios, eso era Félix. Nada lo asustaba, ni siquiera la muerte. En su vida de periodista había hecho de todo, reportajes en los guetos negros de Nueva York, encuentros secretos con los terroristas o los dictadores. No se trataba de valentía ni de temeridad, desconocía el miedo.

Lo que lo asustaba lo atraía, lo fascinaba. ¿Era fatalismo? ¿Era inconsciencia? Incluso si, al interesarse por el asesinato de Carl Schiller, hubiera previsto que iba a verse engullido en semejante espiral, no habría dudado en precipitarse en ella. A pesar de las diferencias existentes entre Félix y yo, había algo que nos unía de manera profunda. Esa era quizá la verdadera razón, la clave de nuestra complicidad. Nuestros focos de interés no estaban tan alejados.

El objeto de mis investigaciones, me refiero a lo que me animaba, al sentido de mi búsqueda, era aprender, a través de la SOA, el origen del mal absoluto. Félix era un periodista de grandes reportajes y obraba guiado por el mismo ideal cuando se enfrentaba a los escándalos, a los crímenes órdidos, a los conflictos y a las guerras.

Sus investigaciones, como las mías, consistían en interpretar y analizar los documentos, rastrear las marcas y las huellas, reunir los testimonios y comparar las versiones para sacar a la luz la verdad, para comprender el mal. No obstante, en esta empresa similar, cada cual procedía de modo distinto. Él estaba enamorado del presente, yo era el hombre del pasado.

A él le interesaba la realidad que se desarrollaba ante sus ojos o lo que acababa de suceder, nunca hechos lejanos. Yo prefería las excavaciones, las pesquisas entre documentos dudosos. Me complacía abrirme paso a través de las adulteraciones o lapadas, los añadidos falsos, los vestigios o los fragmentos.

Yo era el hombre de los esqueletos y las cenizas, el detective que lleva a cabo su investigación después del crimen, que sigue la pista de la verdad enterrada bajo la mentira de los años, de las pasiones y de los intereses. En tanto que historiador, yo no era coetáneo de los hechos, pero era el primero en descubrir y anunciar, con minuciosidad y precisión, en buscar, igual que el explorador o el arqueólogo, el filón de las vidas fenecidas y hacer brotar su oro negro.

No obstante, de la verdad obtenemos únicamente una huella. Así son las cosas de los humanos.

De las acciones, de los hechos y de los grandes discursos queda tan sólo la pisada sobre un suelo polvoriento, la sombra de una momia en un panteón oscuro, ciudades enterradas, ruinas y escombros. De las palabras perdidas de la Sibila a las informaciones de los telediarios, sólo tenemos relación con esas marcas fugitivas de un fenómeno imposible de captar, el hecho improbable. Porque el pasado no es un dato, es un recuerdo en perpetua evolución.

Para el historiador del tiempo presente, las huellas son menos tenues. Son los testimonios, leyes y decretos, decisiones judiciales, anuncios y proclamaciones, discursos, periódicos, papeles, cartillas de racionamiento, permisos, pases, pasaportes. Están asimismo las órdenes, las propuestas, los informes, las cartas, los diarios de guerra, los documentos personales y también las listas, materiales dispersos en los centros de archivos y en las bibliotecas, medio destruidos, medio quemados. Y además están las personas.

Recuerdos, heridas, números grabados en los brazos, palabras de supervivientes, de testigos, memorias vivas, frases entrecortadas, llantos, miedos, dudas, huellas. Como dijo el historiador caído en la batalla, la historia no es la ciencia del pasado, sino la ciencia de los hombres inmersos en su tiempo. Lo humano es su materia de estudio, y la duración, la herramienta más apta para aprenderlo, gracias a ella se desvela lo mejor. Porque es el tiempo lo que nos revela al hombre, igual que un prisma, refleja las fragmentaciones de lo real. Yo había visitado con frecuencia la costa oeste,

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