
Juan 20,19-23 l Con el Espíritu Santo saldremos diferentes 56b5f
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Juan 20,19-23 l Con el Espíritu Santo saldremos diferentes. Palabra Vivificante, Padre Fidel Oñoro. 395p3e
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Vamos a leer en este domingo de Pentecostés el Evangelio según San Juan en el capítulo 20 versículos 19 al 23. Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo, paz a ustedes. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió, paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. Y dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo, reciban el Espíritu Santo.
A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados. A quienes se los retengan, les quedan retenidos. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús. Celebramos en este domingo Pentecostés.
Celebramos la venida del Espíritu Santo. El Espíritu Santo, misterioso corazón del mundo.
Viento en los abismos, fuego en la zarza, amor en todo amor. El Espíritu, éxtasis de Dios, efusión ardiente en nosotros, en el mundo, efusión de su vida de amor. Y esta celebración es importante porque es fundante. Sin el Espíritu Santo, el cristianismo no sería más que una árida doctrina. La iglesia se reduciría a una organización o un libro de normas. La moral sería un peso invivible y a veces incomprensible. Y la persona de Jesús no sería más que un personaje del pasado.
Y para narrarnos este acontecer maravilloso del Espíritu Santo, la liturgia de la palabra hoy explora otros caminos, intenta darnos otros colores, acumula imágenes para contarnos la única cosa inefable. El Espíritu Santo, aliento de Dios dentro de cada cosa, dentro de cada ser viviente, dentro de cada Hijo de Dios. Nos cuenta hoy la palabra con tres, desde tres perspectivas, la humildad del Espíritu Santo, tan humilde que ni siquiera tiene un nombre propio. Porque Dios entero es Espíritu y todo cuanto hay en Dios es santo.
No podemos contarlo si no es con imágenes, con símbolos, que no atrapan su libertad, que no lo reducen a conceptos. El Espíritu nunca se deja controlar ni gobernar. Él es ligero como el viento. Él forma palabras, pero tampoco se queda en ellas. Sólo descansa cuando las hace carne, y está siempre buscando una morada. La Escritura nos lo narra con imágenes incluso paradójicas. Viene agitando como un huracán, pero también sereno como la paz.
En la primera lectura que leemos hoy de los Hechos de los Apóstoles, en el capítulo 2,
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