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Fisonomías criminales
Ep. 27 - La desaparición de Miquel Morro: ¿crimen o accidente?

Ep. 27 - La desaparición de Miquel Morro: ¿crimen o accidente? 5p2k54

4/6/2025 · 29:40
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Fisonomías criminales

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Santa María del Camí, 28 de octubre de 1987. Miquel Morro, un joven de 22 años originario de Santa María del Camí, desaparece sin dejar rastro. Prácticamente un mes después, el 26 de noviembre, su padre se acerca al cuartel de la Guardia Civil para denunciar su desaparición ya que no sabe nada de él y teme que le pueda haber pasado algo. En el pueblo todo el mundo se conoce y la noticia corre como la pólvora, y pronto se empieza a especular que Miquel pueda estar muerto y la alarma salta entre los vecinos. ¿Realmente alguien ha asesinado a Miquel? ¿Le han secuestrado? ¿O ha desaparecido voluntariamente? 🖤 TikTok: https://www.tiktok.com/@fisonomiascriminales 💜 Instagram: https://www.instagram.com/fisonomiasodcast/ ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2373791 1f1e3c

Lee el podcast de Ep. 27 - La desaparición de Miquel Morro: ¿crimen o accidente?

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Santa María de Alcamí, Mallorca, 28 de octubre de 1987.

Es una tarde-noche tranquila de otoño en Santa María de Alcamí, un pequeño pueblo del interior de Mallorca donde, al caer el sol, los bares comienzan a llenarse de rostros conocidos.

Como hace habitualmente, Miquel, un joven de 22 años, se despide de sus padres y sale de su casa para ir a tomar una cerveza al bar Cancalet, establecimiento que suele frecuentar a menudo.

Justo enfrente, al otro lado de la calle, se sitúa otro bar, Elsa Beng, que también está lleno.

En su interior, las sillas de madera crujen al moverse, la barra de mármol está salpicada de restos de serrín y la radio entona alguna canción de la época a medio volumen, mezclada con el ruido de vasos, risas y partidas de domino. En una de las mesas, dos buenos amigos que trabajan juntos en un taller mecánico acaban de finiquitar su jornada y, como de costumbre, se disponen a compartir unas cervezas para cerrar el día. Visten con ropa de faena, pantalones de lona manchados de grasa, camisetas básicas bajo chaquetas vaqueras desgastadas por el tiempo y el trabajo, y ambos llevan las manos aún sucias, con las uñas ennegrecidas de aceite.

Entre risas, anécdotas del trabajo y botellines vacíos que se acumulan sobre la mesa, la conversación se torna más áspera, ya que, desde su asiento, uno de ellos fija la mirada en el bar de enfrente.

Allí, apoyado en la barra con su habitual aire altivo, está Miquel Morro, conocido en el ámbito nocturno del pueblo por sus salidas de tono y por protagonizar varias broncas en los bares.

—Has visto quién está en el bar de enfrente, ¿no? Mascuya entra cerrando los ojos mientras da un trago a su cerveza. Su acompañante gira la cabeza con desgana y mira hacia el bar al otro lado de la calle, donde enseguida reconoce a Miquel. No le conoce personalmente, pero su amigo le ha hablado en varias ocasiones de las peleas que han tenido. —¿Otra vez ese flipado? Si tú supieras las que me debe ese cabrón.

El que lleva la voz cantante es incapaz de disimular su desprecio. Las palabras brotan con rencor, insultos, reproches del pasado y al recuerdo de una pelea mal cerrada meses atrás.

—Déjalo estar. No vale la pena. Siempre va así, buscando pelea con quien se le cruce.

—Sí, pero esta vez no me voy a quedar de brazos cruzados. Mira cómo se ríe, como si el pueblo fuera suyo. Añade, mientras lo señala disimuladamente con el mentón.

Minutos después ven que Miquel sale del bar solo y se aleja despreocupadamente. El que lleva la voz cantante deja el vaso sobre la mesa con un golpe seco y con voz baja pero decidida le propone a su amigo. —Vamos a seguirlo. Es hora de que aprenda. —¿Qué dices? —Te digo que vamos a darle un susto. Nada más. Para que se le bajen los humos. Un par de empujones. Que vea que no puede ir por ahí chuleando como si fuera el rey del pueblo.

Su amigo duda, le mira y luego observa a la persona que se aleja al fondo de la calle. —Está bien, pero sin pasarnos, ¿eh? Su amigo le sonríe socorronamente y ambos recogen sus cosas y salen del bar Sabenc para seguir a Miquel. Lo hacen cuidadosamente, sin que el otro se percate, hasta llegar a la calle Miquel Dolce, el escenario perfecto que necesitan para su plan, ya que a esas horas no la transita nadie, está completamente desierta.

Así, el que es el cerebro del plan, aprovecha el efecto sorpresa, saca un martillo de entre sus herramientas del trabajo y aborda por detrás a Miquel. Lo golpea con él, sin que el otro pueda llegar a defenderse, y la víctima cae al suelo medio inconsciente por el golpe. Después, como la golpiza ha sido más brutal de lo que imaginaban y no pueden dejarlo simplemente allí, entre ambos cogen como pueden a Miquel y lo cargan en el maletero del coche de uno de ellos, el que está más como espectador que ejecutor.

Se suben al vehículo y conducen hasta el domicilio de un tercer amigo. Al acercarse, oye música, voces, risas y el ruido de niños jugando. Recuerdan entonces que su amigo tenía un cumpleaños sin familia esa noche. El que ha golpeado a la víctima se acerca a la puerta y toca varias veces con los nudillos. Esperan unos segundos, hasta que su amigo les abre la puerta, sorprendido de verlas. Hombre, ¿qué hacéis por aquí a estas horas? Escucha, tenemos un problema.

Miquel, lo tenemos en el coche. ¿Cómo? Está en el maletero. Le he dado con un martillo. Está inconsciente.

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