"EL PLEROMA: El Concepto Oculto que Conecta la Filosofía, la Espiritualidad y la Psicología" 295x52

La palabra pleroma tiene un sonido envolvente, casi musical, y encierra en sí una idea poderosa, la plenitud, lo completo, aquello que no carece de nada. Proviene del griego koiné, ese griego común que hablaban en tiempos del Nuevo Testamento, y literalmente significa plenitud. Pero no se trata solo de estar lleno como un vaso hasta el borde, sino de algo más profundo, más trascendente, es la totalidad, el todo que lo abarca todo.

Pleroma ha sido una palabra cargada de significado en distintas tradiciones religiosas. En el cristianismo, por ejemplo, aparece en varias partes del Nuevo Testamento, 17 veces en total, y una de sus apariciones más significativas se encuentra en la epístola a los colosenses, que se atribuye tradicionalmente al apóstol Pablo.

También fue una palabra clave para los nósticos, aquellos pensadores que veían el mundo como una especie de reflejo incompleto de una realidad superior y más perfecta. Para ellos, Pleroma era ese otro lado, ese reino espiritual y pleno donde habitan las verdaderas esencias divinas. Pero para entender mejor esta palabra, conviene acercarse a su raíz.

Viene del verbo griego plero, que significa llenar, y del adjetivo plrs, que quiere decir lleno. Desde ahí ya se intuye que no estamos hablando simplemente de una cosa que contiene otra, sino del acto y del estado de completarse, de alcanzar su forma más acabada, más perfecta. En el lenguaje del Nuevo Testamento, Pleroma se adapta a distintos contextos y cobra matices variados según con que se relacione. Puede sugerir que algo vacío ha sido llenado, como una red de pescadores que finalmente se colma de peces. O puede hacer referencia a algo que estaba incompleto y ahora se ha perfeccionado, como una promesa que finalmente se cumple.

Lo fascinante es que esta plenitud puede entenderse de distintas formas. A veces, Pleroma habla de la cosa que ha sido llenada, otras veces se refiere al estado de estar lleno, al cumplimiento, al resultado final de un proceso. Puede destacar lo completo frente a lo que le falta algo o lo perfecto frente a lo deficiente. Uno de los usos más profundos de esta palabra en los textos cristianos tiene que ver con la manera en que se habla de Dios y de Cristo. En una de las líneas más conmovedoras de la Carta a los Colosenses, se dice que en Cristo quiso Dios que habitará toda la plenitud.

No se trata sólo de una frase bonita, es una afirmación teológica poderosa. Significa que toda la esencia de Dios, con su sabiduría, su amor, su poder y su misterio, se encuentra plenamente en Cristo. No a medias, no parcialmente, sino por completo. En otro pasaje, también en Colosenses, se dice que en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad. Y en Efesios, se habla de ser llenos de toda la plenitud de Dios, como un ideal hacia el que se orienta la vida espiritual de los creyentes. No es un estado estático, sino una aspiración, llegar a experimentar, de alguna manera, esa misma plenitud que define lo divino.

Así, pleroma no es simplemente una palabra antigua. Es una idea viva, una visión del todo, una forma de hablar del misterio de lo completo, de lo que no necesita nada más. Es, en muchos sentidos, una invitación a reconocer la plenitud en lo divino, a buscarla en nosotros mismos, y a comprender que, aunque estemos rodeados de carencias, existe un lugar espiritual, interior o trascendente, donde todo está lleno.

En segundo lugar, esta idea de pleroma, esa plenitud que representa la totalidad divina, no se queda como una noción abstracta o distante. En el pensamiento cristiano, esa plenitud se encarna, literalmente, en la persona de Cristo. Según se expresa en la carta a los colosenses, Dios quiso que toda su plenitud habitara en él, y no de forma pasajera o simbólica, sino como una presencia permanente. Desde la encarnación misma, esa plenitud divina se instala en Cristo y continúa presente incluso después de su resurrección, en su cuerpo glorificado.

Así lo subraya Colosenses 2, 9 cuando afirma que en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad. Esa misma plenitud, entonces, no se limita a describir un atributo divino en Cristo, sino que se convierte en un modelo, en una meta viva para los creyentes. En la carta a los Efesios se habla de llegar a la medida de la plenitud de Cristo, una expresión que sugiere no sólo una iración pasiva, sino también una plenitud divina.