EL Conde de Montecristo -Capitulo 34 Tomo 5 - Audiolibro (Alejandro Dumas) 252s50

Capítulo treinta y cuatro expiación el señor de fort vio a abrirse ante las filas de la multitud aunque muy compactas los grandes dolores son de tal modo venerables que no ejemplo ni aun en los tiempos más desgraciados de que el primer movimiento de la multitud reunida no haya sido un movimiento de simpatía hacia unas grandes gracia muchas gentes o guiadas han sido asesinadas en un tumulto raras veces un desgraciado aunque fuera un criminal ha sido insultado por los que asisten a su proceso de muerte del ford atravesó pues las filas de los espectadores de los guardias de los agentes de policía y se alejó confesar culpable por sí mismo pero protegido por su valor existen en la vida situaciones que los hombres comprenden por instinto pero que no puedan desentrañar con la reflexión el mayor poeta en este caso es el que sabe expresar la queja más vehemente y más natural la multitud toma este grito por una relación enterada y se vienen contentarse con el y mejor aún a encontrar lo sublime si es verdadero por los demás sería difícil decidir el estado de estupor en que vigile forza ya va a salir del palacio pintar la fiebre que estremecía sus arterias que lava sus fibras que vas a reventar sus venas y aniquila cada puntos de su cuerpo mortal con millares de sufrimientos bill fort se dirigía a lo largo de los pasillos y a dos solamente por la costumbre se quitó la toga magistral no por conveniencia sino porque era para el una carga insoportable una túnica de nexo fecunda en torturas llegó vacilantes al patio de la oficina vio su carruaje despertó al cocinero abriendo el mismo y se dejó caer sobre los cojines señalando con el dedo la dirección del barrio de san morató el cochero partió todo el peso de su fortuna fracasada acababas de desplomarse sobre su cabeza este peso la abrumado por sus consecuencias no las había calculado y las sentía nos resonaba su código como el frío asesino que comento un artículo conocido tenía dios en el fondo de su corazón dios mio murmuraba sin saber lo que decía dios dios no veía más que a dios en medio del trastorno por el que pasaba el carruaje corrió precipitado bill fort agitan sé sobre los cojines sentía que algo le molestaba llevo la mano el objeto era un abanico olvidado por las señoras de ford entre el cojín y el respaldo del carruaje que esta abanico despertó un recuerdo y este recuerdo fue como un rayo en las tinieblas de la noche bill ford pensó en su esposa exclamó como su guerra ardiendo le perforar el corazón y en efecto hacia una obra que no tenía a la vista más que un lado de su miseria y aquí que de repente se ofrecía otro a su espíritu y otros no menos terrible pero esa mujer acababa de portarse con ella como un juez severo inexorable la había condenado a muerte y ella que ella aterrorizada y llenas de remordimientos abismal con el propio que acababa de causarle con la elocuencia de su intachable virtud pobre mujer débil e indefensa contra su poder absoluto y supremo se preparaba caso a morir en aquellos instantes había transcurrido una hora de este su condena nacional tal vez entonces repasar en su memoria todos sus crímenes pedía perdón a dios le escribía una carta para explorar de rodillas el perdón de su virtuoso esposo perdón que compraba con la muerte ford lanzó otro quejidos de dolor y de rabia exclamó agitan no sé sobre el plazo del carruaje esa mujer no es criminal más que por haberme tocado nervioso y el crimen a ellos y adquirido el crimen como se adquiere el tifus como se adquiere el cólera como se obtiene la peste y yo la castigo cojos no cuando vivir cada vez seguirá subiremos abandonaremos francia cogeremos por la tierra mientras no sostenga le hablaba del cadalso con dios como se pronunciará esta palabra y a mi también me espera el cadalso subiremos si me confesarle a ella todos los días le diré humillando medida que yo también competir