
Descripción de COMPLICACIONES 5y1c1y
El hotel Louis XVI de París ha alojado durante décadas a una selecta clientela internacional. Ahora, después de una reforma integral y bajo una nueva gerencia, huéspedes asiduos regresan al establecimiento junto a clientes que han logrado reservar en el último momento. El actual gerente, Olivier Bateau, los espera con su asistente, Yvonne Philippe. Ambos desean continuar el legado de excelencia del negocio, pero todo se complica en una sola noche… Una consultora de arte llega al hotel tras un divorcio terrible y un amor inesperado la pilla por sorpresa. Un hombre que planeaba acabar con su vida salva la de otra persona. Un político muy conocido mantiene una reunión que lo pone en peligro. El esperado viaje de una pareja se ve interrumpido por una emergencia médica que deja su futuro pendiendo de un hilo. Aún alterados por los eventos de esta noche, tanto los huéspedes como los trabajadores del hotel se preparan para las consecuencias, ya que el drama no ha hecho más que empezar… 1u2e1f
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
1. El Hotel Louis XVI estaba en París, en la rue Boissy de Anglas. Perpendicular a la rue de Faubourg Saint-Honoré, y llevaba cuatro años cerrado por reforma. Aquella era una calle especialmente apropiada para un negocio como ese, porque no había tráfico, el estaba cerrado con una barrera y vigilado por un policía que sólo la levantaba para permitir el paso a los coches que llevaban a alguna persona importante o a los huéspedes del exclusivo hotel.
Algo más pequeño que los grandiosos palaces que ocupaban los hoteles de cinco estrellas de la ciudad, era sin embargo el favorito de los entendidos, la jet set, la realeza y las personalidades internacionales más de moda. Tenía muchos clientes fieles entre la élite mundial. El reclamo eran habitaciones exquisitas y enormes suites amuebladas con impresionantes antigüedades y decoradas con las mejores sedas y satenes, unos suelos grandiosos que recordaban a los de Versalles y una magnífica colección de arte.
No era ni diminuto ni enorme y tenía un aire muy íntimo que hacía que, a menudo, sus huéspedes lo compararan con alguna de sus muchas y variadas mansiones, aunque el hotel siempre salía ganando en la comparación. Hacía 38 años que el establecimiento estaba dirigido de una forma impecable y con mano dura por el encantador Monsieur Luis Laval, que se había formado en el Ritz y era respetado por los huéspedes de todo el mundo y envidiado por sus rivales. De una discreción incomparable, Laval conocía secretos muy delicados de las personas que se alojaban en su hotel, gente importante, muchos de ellos estrellas de cine que tendrían demasiado que perder si alguna vez él cometiera un desliz que comprometiera su confidencialidad. Pero eso no pasó nunca.
Él no permitía que las cosas se le torcieran a ninguna de las personas que se hospedaban allí, por complicadas que fueran sus circunstancias. Tenía 74 años, así que hacía tiempo que había dejado atrás la edad de jubilación, pero cuatro años antes, cuando el hotel cerró para la reforma, todavía no tenía intención de dejar paso a las nuevas generaciones.
El problema surgió cuando, más o menos a la mitad de las obras, le detectaron un cáncer muy grave que se lo llevó en muy poco tiempo. Luis Laval murió 11 meses antes de la reapertura.
Pero había organizado la reforma con tal eficacia que no se produjo ningún retraso, ni siquiera a causa de su muerte. El día de la reinauguración le dedicaron un homenaje en el hotel colocando un retrato suyo, con chaqué de ceremonia, en un lugar donde los clientes que lo conocían de toda la vida pudieran contemplarlo mientras se registraban.
Se vieron lágrimas en los ojos de varios huéspedes, aunque no en los del personal, que lo respetaban, pero que habían tenido que sufrir durante demasiado tiempo su rígida diligencia. Monsieur Laval era el sueño de cualquier huésped de hotel, aunque sólo permitía alojarse a alguien allí si lo consideraba digno del Luis XVI. Y si después no estaba a altura de sus altísimos estándares, en el futuro a esa persona le iba a resultar imposible reservar una mesa para comer en su restaurante, y ni hablar de alojarse otra vez en una de sus fabulosas suites.
Siempre pasaba por alto cualquier indiscreción de las vidas de sus apreciados huéspedes y los protegió de la prensa y de los paparazzi durante años, pero no toleraba jamás una conducta inapropiada dentro del hotel. Las estrellas de rock más reconocidas no tenían la más mínima oportunidad con él, lo único que podían hacer era entrar en el vestíbulo, pero incluso entonces, Laval los saludaba con frialdad y no les quitaba la vista de encima. No era un lugar que frecuentaran los famosos más maleducados, pero a los habituales se les perdonaba todo, lo que creaba un vínculo duradero e inquebrantable entre ellos y el hotel.
Nunca fueron bienvenidos los nuevos ricos, porque no sabían comportarse ni respetaban el establecimiento. A pesar de todo, antes de la reapertura el hotel acumulaba tantas reservas que estaba prácticamente completo para los dos años siguientes, Monsieur Laval hizo las primeras en persona. El hecho de que no viviera para ver la nueva inauguración, que había esperado durante tanto tiempo, fue algo que entristeció mucho a todo el mundo. Sus estándares eran casi imposibles de alcanzar, pero había que reconocer también que su lealtad era inquebrantable y que se desvivía por proteger a los huéspedes más fieles del hotel.
Hubo unas cuantas cancelaciones de última hora de las reservas originales para el día de la reapertura a causa de fallecimientos, problemas de salud o circunstancias inesperadas, como un divorcio o la llegada de un bebé que coincidía con la fecha prevista, de forma que quedaron habitaciones disponibles para unos cuantos desconocidos, lo que permitió que hubiera algunas caras nuevas mezcladas con las de los huéspedes que repetían.
El nuevo director, Olivier Bateau, era una novedad para todos. También el subdirector, ya que el anterior se había jubilado tras la muerte de Laval, no se veía capaz de servir como asistente a otro general menos extraordinario y se había ido a vivir a España. Luis Laval tenía una casa en el sur de Francia, donde pasaba sus vacaciones.
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