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Descripción de 03-"Descripción de una lucha" de Franz Kafka. Leído por Víctor Manuel Palomares Lara 352s21
Un relato largo o novela corta que nuestro querido lector, Víctor Manuel, ha definido como surrealista al estilo de David Lynch. Escrito en una etapa muy joven del escritor. Esperamos que os guste. "Descripción de una lucha" (Beschreibung eines Kampfes) es uno de los primeros relatos escritos por Franz Kafka, probablemente entre 1904 y 1905. Es una obra experimental, onírica y fragmentaria, que explora temas recurrentes en Kafka como la alienación, la dualidad del yo y la lucha interna. El relato no sigue una trama lineal tradicional, sino que se estructura como una serie de escenas y visiones desconectadas que giran en torno a una caminata nocturna entre el narrador y un conocido. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/3982 5w6t2
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B. Comienzo de la conversación con el orante Hubo un tiempo en el que un día tras otro yo iba a una iglesia, pues una chica de la que me había enamorado oraba allí de rodillas durante media hora cada tarde y yo entre tanto podía observarla en paz.
Un día en el que la chica no se presentó y yo miraba de mala gana a los orantes, me fijé en un joven que se había tirado al suelo con toda su flaca figura. A ratos se agarraba el cráneo haciendo acopio de todas sus fuerzas y lo golpeaba suspirando contra las palmas de sus manos que reposaban abiertas en la piedra. En la iglesia sólo había unas cuantas ancianas que a menudo con una inclinación lateral volvían las cabecitas cubiertas para mirar al orante. A él estas atenciones parecían hacerle feliz, pues antes de cada uno de sus piadosos arrebatos paseaba a la vista por el entorno para ver si había mucha gente mirando. Aquello me pareció impropio y decidí que, cuando saliera de la iglesia me dirigiría a él y le preguntaría por qué rezaba de esa forma.
Sí, estaba molesto porque mi chica no había aparecido. Pero hasta una hora después no se levantó. Se santibugó con mucho cuidado y caminó con torpeza hacia la pila. Yo me quedé parado en el pasillo entre la pila y la puerta y supe que no le dejaría marchar sin una explicación. Arrugué la boca, como hago siempre que me preparo para hablar con determinación. Adelanté la pierna derecha y me apoyé en ella. Mientras dejaba que la izquierda descansara de forma descuidada en la punta del pie. Es una postura que también me da seguridad. Es posible, con todo, que esta persona ya me hubiera echado el ojo cuando se salpicó la cara con agua bendita.
Quizá incluso se había fijado antes en mí con aprehensión, pues en ese momento, inesperadamente, corrió hacia la puerta y salió. La puerta vidriera se cerró de un portazo y cuando justo después salí por ella ya no lo vi, pues las calles de alrededor estaban estrechas y el tránsito muy denso. Los siguientes días el joven se ausentó, pero mi chica vino. Llevaba el vestido negro con encaje transparente en los hombros. La media luna del borde de la blusa quedaba justo debajo, de cuyo extremo inferior colgaba la seda en un cuello bien cortado. Dado que la chica había regresado, me olvidé del joven y ni siquiera le presté atención más tarde cuando volvió a aparecer a menudo y a rezar como acostumbraba.
Siempre pasaba junto a mí con mucha prisa, aunque la cabeza vuelta hacia el otro lado. Quizá se debía a que sólo podía imaginarmelo en movimiento, de modo que incluso cuando estaba quieto yo creía que se deslizaba. Me demoré en mi habitación. Así y todo fui a la iglesia. Ya no encontré a la chica y me disponí a volver a casa, pero allí estaba otra vez el joven tumbado en el suelo. Recordé el viejo incidente y se despertó mi curiosidad. Me deslicé de puntillas al soportal de la entrada. Le di una moneda al mendigo ciego que estaba allí sentado y me arrimé a él tras la hoja abierta de la puerta. Me quedé sentado una hora, tal vez con cara de pícaro. Estaba cómodo en ese lugar y decidí que iría más a menudo.
A la segunda hora, sin embargo, me pareció inútil estar allí sentado a causa del orante, y aun así, ya furioso, dejé que las arañas corretearan por mi ropa como una hora más.
La tercera, mientras los últimos feligreses salían de la oscuridad de la iglesia respirando escandalosamente, me levanté. Di una gran zancada hacia adelante y agarré al joven por el cuello.
—¡Buenas tardes! —dije y con mi mano en su garganta lo empujé por las escaleras hacia la plaza iluminada.
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